sábado, 15 de febrero de 2014

El arbol de la Vida depende de sus raices.


¿Cuál es la marca del primogénito? El primero en la vida siempre marca el estilo, el camino casi, por donde transcurre el resto. (Claro que los constructores somos nosotros, los progenitores) Y es el aprendizaje de ser padres como tales, tan necesario. Es el que sorprende, y luego confirman los hermanos, como algo natural y común a todos los niños. A veces es el que reemplaza al padre o madre ausentes, en una tarea que excede su edad. El segundo ya nos enseña que hay diversidad, que “cada chico” y no “los chicos son así” solamente. Nos maravilla que había más cosas para sorprendernos, para aprender, para enseñar. Y empieza a tomar forma otro ente: la familia. Cooperación y competencia, colaboración y distinciones, equipo y tribu, empiezan los roles. A veces el egoísmo de los padres, no dispuestos a crecer y cambiar, origina separaciones. Sobre todo cuando el dialogo es a través de una máquina y no cambiando pañales o corrigiendo cuadernos. Vienen terceros, cuartos, quintos con el inefable “ultimo” que se “cría solo” con los hermanos mayores. Y un problema nuevo: ¿Cómo hacemos para repartir amor en proporciones iguales? Ya lo descubrimos: cuando TODOS se quejan porque “yo no soy tu preferido” la hicimos bien. Con el tiempo el árbol se abre, con distintas ramas, distintos pájaros, distintos nidos habitándolas. La Naturaleza sigue su curso.

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